
En una playa solitaria, a la hora del amanecer.
El cielo está aclarando de azul oscuro a azul claro, a celeste violáceo, a celeste y a una línea amarillenta en el horizonte hacia el este. La brisa marina se hace cada vez más fuerte y trae nubes de tormenta, mientras levanta y arrastra la arena. El mar no está ni calmo ni tranquilo. Se ven y se escuchan las olas, cómo rompen y se van haciendo cada vez más pequeñas a medida que se acercan a la orilla. Los pájaros, en especial, las gaviotas vuelan bajo a lo largo de la costa.
En la orilla de esta solitaria playa hay un bulto que las pequeñas olas mecen suavemente.
Ariadna camina por la orilla de la playa, cerca de la hora del atardecer. Mira hacia abajo donde sus pies que se hunden a penas pisa la arena y el agua, y como estos se arremolinan por el impulso de lo que queda de la ola. Observa el mar, esa inmensidad, de tonalidad azulada y más verdosa hacia la costa. A lo lejos hay un barco carguero y más cerca un velero. Sobre la playa hay personas dispersas, leyendo, tomando sol, hablando.
Camina como un ente, quiere sentir pero no puede y/o no quiere, ya no más. Le duele sentir, pero cuando no siente, le molesta.
A medida que sigue caminando, las personas son cada vez menos, y también las edificaciones hasta llegar a un lugar totalmente apartado. Mira a su alrededor, prestando atención a lo que la rodea. Bruscamente para de caminar.
Mira el mar, siente el viento, escucha todos los sonidos, pero ya no le provocan lo mismo que antes. Eso era lo único que le gustaba sentir, que lograban mantenerla viva, pero ahora…
Busca un par de piedras y las lanza de tal forma que pican en el agua. La última, la más pesada y grande, la lanza con mucha fuerza y luego se escucha el golpe seco que produce cuando hace contacto con el agua.
Se sienta cerca de la orilla para poder ver la puesta del sol, que, a causa de una ilusión óptica por la disposición del cabo, se va “ocultando” en el mar Atlántico; la esfera de fuego empieza a apagarse.
Trata, de nuevo, de sentir (realmente sentir) la suave caricia del viento sobre su piel, sobre sus largos cabellos, la melodía de las olas, al romper, ese murmullo que hacen sobre la arena al llegar a la orilla, el canto de los pájaros, las imágenes… Pero no ocurre nada, ya no es lo mismo que antes, ahora ni siquiera tiene eso.
Ya falta poco…
El sol termino de ocultarse.
Se levanta, mira la inmensidad el mar y empieza a caminar a paso lento pero firme hacia el mar. Sus pies tocan el agua; poco a poco va cubriendo las piernas, las rodillas, los muslos, la cadera, la cintura, el pecho, la garganta, pasa una ola y Ariadna ya no está.
Apenas queda una raya anaranjada en el horizonte, todo el resto ya está oscuro.
Melanie Köhle
El 1er parrafo sucede despues. "Un bulto que las pequeñas olas mecen suavemente"....